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| Noticias Manmin   No. 232 | HIT 3601 | DATE 2017-03-12
 
Disfrutar de la verdadera felicidad a través del fruto de los labios



En la medida en la que alcancemos un corazón puro y santo, con naturalidad podremos producir el «fruto de los labios». Dios tiene ángeles que están escribiendo cada palabra que dicen Sus hijos amados y les permite «cosechar lo que siembran» y disfrutar de bendiciones, gloria y sabiduría en acuerdo con sus confesiones. Pongamos un guarda sobre nuestros labios y recibamos grandes bendiciones.


Diga palabras de bien en todo tiempo

Proverbios 16:24 dice: «Panal de miel son los dichos suaves; suavidad al alma y medicina para los huesos».

Las palabras agradables alientan a los que están cansados y desanimados, y dan vida a las almas que desfallecen. Por el contrario, las palabras con maldad lastiman los sentimientos de los demás, invocan los problemas y causan que otros tropiecen y caigan en la muerte poco a poco. ¿Está usted hablando palabras que no son agradables, por pensar erróneamente que tiene buena fe y que está dando buenos consejos a los demás?

Las personas con bondad quizás procuren ocultar los errores o faltas de los demás y con gentileza darán consejos con el anhelo de guiar hacia el espíritu. Puede ser que conduzcan al cambio al dar gracia por medio de sus palabras sobre la Verdad, la cual puede conmover el corazón.

Pero algunas personas señalarán incluso el error más pequeño de un individuo sin perder la oportunidad para criticar indirectamente o hablarle a la persona con sarcasmo. Hay quienes difunden chismes sobre las faltas de los demás, además de juzgar y condenar.

Como he explicado, incluso en una misma situación las palabras de nuestros labios pueden ser diferentes dependiendo de la bondad o la maldad que hay en el corazón.

Nosotros debemos examinar nuestras palabras. ¿Ha herido usted a otros con sus palabras y luego dijo que era tan solo una broma? ¿Ha expuesto usted sus malos sentimientos o su ira en las palabras que ha pronunciado? ¿Hace usted alarde de sus fortalezas, tales como su buena apariencia física? En sus conversaciones, ¿habla usted con maldad sobre las faltas de los demás?

Usted debe observarse a sí mismo, cara a cara, y examinar si ha culpado a los demás con sus palabras.

Cuando hablamos palabras que no son adecuadas en la verdad, demostramos que tenemos formas de maldad que aún viven en el corazón. Obsérvese a sí mismo y descubra si las tiene, ore con fervor para desecharlas y obedezca únicamente la Palabra de Dios.


Hable palabras que promulguen la paz

«Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor» (Hebreos 12:14).

El timón que cambia la dirección del barco mientras navega es pequeño. Si el timón se rompe o si gira en la dirección incorrecta, la nave puede volcarse debido a los fuertes vientos o puede destrozarse si choca contra una roca.

La lengua es una parte muy pequeña del cuerpo, pero tiene un poder tremendo. Cuando Roboam, hijo de Salomón, asumió el trono, todo Israel se reunió y pidió a Roboam que aliviara algo de la dura servidumbre y del pesado yugo, a lo que él respondió: «Si mi padre os cargó de yugo pesado, yo añadiré a vuestro yugo; mi padre os castigó con azotes, y yo con escorpiones». Sus palabras poco a poco causaron que la nación se dividiera en dos (2 Crónicas 10).

En la actualidad, cuando una persona usa su lengua, un pequeño miembro del cuerpo, de una forma incorrecta, puede causar problemas en la iglesia, que es el cuerpo de Cristo. Las palabras pueden causar malos entendidos, crear divisiones entre las personas, quebrantar la paz y así desagradar a Dios. Por lo tanto, si sus palabras causan que los demás se quejen o dejen de ser unidos, en primer lugar debe orar y examinar sus palabras.

El apóstol Pablo siempre se sacrificó y sirvió a los demás para alcanzar la paz con todos, y también trabajó con fidelidad para el reino de Dios, con su vida entera (1 Corintios 9:19-23). Él pudo servir a los demás como un siervo aunque obró con poder gracias a su ferviente deseo de llevar más almas a la salvación.


Dé gracias y alabe con fe en medio de toda situación

«Diles: Vivo yo, dice Jehová, que según habéis hablado a mis oídos, así haré yo con vosotros» (Números 14:28).

La virgen María no se acostó con su novio José cuando ella concibió a Jesús. Ella sabía que si lo hacía sería apedreada hasta la muerte de acuerdo a la ley.

No obstante, cuando escuchó al ángel decir: «No temas […] concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús», con fe ella respondió: «He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra». Además ella alabó la providencia de Dios que había recibido, así como Su poder, Su santidad y Su misericordia (Lucas 1).

Ester escuchó de parte de su tío Mardoqueo que Amán estaba planeando atrapar a su pueblo, los judíos, que estaban cautivos en Persia, para destruirlos. Entonces ella ofreció tres días de ayuno a Dios y acudió al rey con una firme decisión, y dijo: «Y si perezco, que perezca». Esto se debió a que una persona que acudía al rey sin haber sido convocada por él, podía ser condenada a morir. Pero ella confió únicamente en Dios y tomó su decisión incluso preparada para afrontar la muerte (Ester 4).

Entonces Dios hizo que ella encontrara gracia ante el rey, y así ella pudo salvar a su pueblo. Y el que enfrentó la destrucción fue Amán.

Como podemos ver, Dios mide nuestra fe en las palabras que salen de nuestros labios y Él examina nuestro corazón. Por lo tanto debemos creerle a Dios porque Él es bueno en toda situación y debemos levantar nuestra gratitud y alabanzas con fe.


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